EL RECHAZO “INNATO” DE LOS NIÑOS A LAS VERDURAS
Existen varias razones por las que los más pequeños rechazan comer verduras. En primer lugar, su paladar detecta que son alimentos que aportan pocas calorías y prefieren decantarse por aquellos más energéticos, que lo ayudarán de forma más eficaz a su crecimiento y desarrollo. Pero existe otro motivo crucial: su sabor amargo. El rechazo es una actitud innata en los bebés que los protege de la ingestión de venenos. Y es que en la infancia el riesgo de envenenamiento accidental es mayor porque los niños se llevan cualquier objeto a la boca.
¿CÓMO COMBATIR LA “NEOFOBIA ALIMENTARIA” O RECHAZO INSTINTIVO DE LOS ALIMENTOS?
Se sugiere que los padres expongan a sus hijos en forma reiterada a los alimentos que no quieren, como verduras y hortalizas, porque puede aumentar las posibilidades de que acaben aceptándolos. Para lograrlo, no sólo la paciencia es crucial, sino que hay que hacerlo sin obligar, presionar, o castigar al menor. Las posibilidades aumentan si la madre consume más frutas y hortalizas durante el embarazo (el feto se acostumbra a su sabor) y, sin duda, si los padres las ingieren de manera habitual: el niño aprende con el ejemplo de sus padres.
LA ATRACCIÓN HACIA EL DULCE ES NATURAL
La leche materna tiene un característico sabor dulce gracias a su contenido en lactosa. Por eso los bebés nacen con la capacidad no sólo de rechazar los sabores amargos, sino de preferir el sabor de la leche de su madre para sobrevivir y no morir de desnutrición. Además, el dulce es uno de los sabores característicos de los alimentos con más calorías, las cuales son imprescindibles para que el niño crezca en forma correcta y saludable.
Sin embargo, en nuestro entorno existe una amplia oferta de alimentos muy dulces pero poco nutritivos. La actual sobreabundancia de comida azucarada provoca que los niños sean más vulnerables que nunca. El patrón de alimentación de los padres es decisivo para que sus hijos se familiaricen con el consumo de comida sana.